La edad es una construcción social y, como tal, además de tener en cuenta el paso del tiempo, es necesario la consideración de otros factores tan o más importantes que éste, y así tendríamos que hablar también de condiciones biológicas, sociales, psíquicas, y un largo etc. Basándonos en esta premisa, concretar la edad a la que los padres deben permitir salir a sus hijos en fin de año o en cualquier otra ocasión, resulta mucho más complicado de lo que en un principio podría parecer.
En ese sentido, podríamos concluir que se trata de una cuestión enormemente difícil y, a la vez, enormemente sencilla, en definitiva, nos hallamos ante la tesitura de la educación de nuestros vástagos. En un principio, la complejidad procede del conjunto tan significativo de factores y elementos que intervienen en la educación y, por otro lado, la situación nos conduce a la necesidad de aplicar el sentido común para resolver este tipo de cuestiones. Así mismo, la sencillez suele proceder de que en todas estas situaciones tienden a ser los propios hijos/as quiénes se encargan de hacernos bien presentes sus propias demandas: ellos mismos en la tierna infancia nos indican el momento en que están listos para gatear, caminar, comer solos... y, más adelante, te requerirán directamente las llaves de casa, el móvil, autonomía y, en definitiva, ellos te demandarán también la pregunta que nos ocupa, es decir, si se les deja salir de fiesta el fin de año o no.
Cuando los hijos/as realizan estos últimos tipos de demandas estre ellas la salida de Nochevieja, los padres deberíamos atender qué es lo que las han motivado. Descubriremos rápidamente que el rol del grupo y, por tanto, el papel que juegan los amigos, resultan determinantes para poder ser entendido por parte de los padres, y así buscar una solución que se ajuste a esta petición. Esta explicación nos da una de las claves para conocer, más que la edad a la que debemos dejar salir a nuestros hijos a la fiesta de Nochevieja, otras cuestiones tales como: el grupo al que pertenece, con qué amigos o amigas comparte su vida, los padres de estos amigos, los lugares que frecuenta, los hábitos que acostumbra y un largo etc.; todo ello nos dará pistas para poder resolver con acierto ésta y otras muchas dudas sobre nuestros hijos/as.
La Navidad, y especialmente la Nochevieja o fiesta de fin de año, constituye una fecha clave en la que los/as adolescentes aprovechan para solicitar a sus padres sus primeras fiestas nocturnas, estas conquistas de independencia hacen las delicias de los más jóvenes y, a la vez, se convierten en uno de los primeros quebrantos de sus progenitores. Según la ONG Controla Club', aproximadamente el 13 por ciento de los adolescentes bebe alcohol por primera vez en Nochevieja y esta es una de los principales preocupaciones de sus padres. Las estadísticas nos indican una disminución preocupante de la edad de los/as adolescentes en lo referente a sus primeras ingestas de alcohol.
Lo propio se puede afirmar de los ingresos en urgencias por coma etílico de los propios jóvenes. Los medios de comunicación de masa se hacen eco de ello y, en consecuencia, provoca que los padres reaccionen con preocupación y desasosiego. Todo ello hace que nos guste tener controlados a nuestros hijos/as en todo momento y en todas las circunstancias. En principio, resultaría más sencillo y tranquilizador, pero a la vez también más egoísta, ya que siempre es más sencillo decir que 'no' a una petición que perturba nuestra rutina y serenidad, en detrimento de la felicidad, los requerimientos y el desarrollo personal del adolescente, que decir que "sí" enfrentándonos a la falta de control, protección y a los riesgos que conlleva la noche, pero que también, por otro lado, contribuye a la socialización con sus iguales, resolución de conflictos, y la propia gestión de sus ansias de libertad y autonomía.
Los padres tienen que estar pendientes de dónde van a ir sus hijos
No obstante, forma parte de la responsabilidad de los padres conocer los planes de la fiesta, dónde se va a llevar a cabo, con qué amigos y amigas va a disfrutar del evento, e incluso contactar con el resto de los padres con los que tu hijo/a va a ir acompañado/a, solicitar que lleve el móvil con suficiente batería para poder estar localizado en caso de necesidad y, por último, requerirles responsabilidad y cierta madurez, en la medida que posible.
Llega un momento en la convivencia familiar en que debemos contrastar con la realidad la educación que les hemos ido dando a nuestros descendientes. Llega un momento en que hay que intentar poner en práctica sencillos ejercicios de corresponsabilidad, participación autónoma y diversión responsable. Conviene hacerles comprender de que se trata de un tarea conjunta, de un compromiso mutuo, en donde se va a valorar su grado de madurez y en el que se va a poner en práctica que cumplan fielmente con lo pactado. No cumplir con lo acordado debe significar para los/as hijos/as una restricción clara y determinante para posibles futuras fiestas o salidas nocturnas.
Una vez resuelto el dilema sobre dar el consentimiento o no para ir a la fiesta de fin de año, y si la respuesta ha sido positiva, es importante que aprendan (y que les ayudemos a ello) a disfrutar de los preparativos previos a la fiesta (elección de ropa, complementos, etc.), y procurar contagiarnos de su ilusión y entusiasmo.